Una Reflexión Sobre el Pasado
Recuerda haber venido por este camino hace 10 años, cuando su vida recluida se la llevó acá para escapar los gritos—uno de dolor y otro de susto, los cuales escuchaba frecuentemente.
Cuando le pegaban a su pobrecita mamá —sólo por ser una mujer, un artículo supuestamente frágil—entendía claramente que no había intervención divina, aunque rezaba cada día, por la mañana y también por la tarde. Por supuesto, este sufrimiento injustificado que ella sentía durante esos periodos no le importaba a este dios sagrado, porque él no intentó ayudarla.
De hecho, ella era una niña demasiado débil, y demasiado pequeña para ejercer cualquier tipo de control ni influencia sobre las acciones de este hombre. Y por ser una niña bastante joven, no sabía cómo mejorar la situación que le rodeaba ni encontrar una solución para resolver los conflictos.
Además, ella todavía siente el toque de ese hombre—el hombre a quién debería llamar “papá”—y aunque las cosas han mejorado, el dolor incrustado todavía sobrevive, afectándola. Y, en consecuencia, la violencia se queda impactante. Cada vez que lo ve, siente de nuevos esos gritos dolorosos, esas palabras dañosas.
Por la violencia que ella había visto, ya no cree en dios, sólo porque no hay nadie quién va a intervenir para protegerla.