Ser veinteañero no es cosa fácil y quien diga que sí lo es, miente. Ya no somos adolescentes pero tampoco somos adultos, o por lo menos no del todo. Muchos seguimos estudiando, otros comenzamos a trabajar (o a hacer ambas cosas a la vez) pero casi todos empezamos a descubrir quienes somos realmente y cómo encajamos en el mundo. Sin embargo, muchos terminamos estancados en una especie de limbo existencial, académico y profesional, un laberinto en el que muchos nos perdemos ocasionalmente sin importar cuantos mapas o planes tengamos por delante. Ahí es cuando llegan las famosas “crisis” que nos agobian a todos aquellos que tenemos veintitantos años y no sabemos bien qué es lo que queremos hacer con nuestras vidas.
Estas crisis usualmente tienen raíz en preguntas a las que aún no queremos darle respuestas definitivas. Sea por miedo, inseguridad, incertidumbre o duda, no sentimos la certeza de darles una contestación sólida y preferimos dejar abiertos a la interpretación esos cuestionamientos tan repetidos y fastidiosos: ¿Realmente me gusta lo que estoy estudiando? ¿De verdad quiero trabajar en esto toda mi vida? ¿Este es el camino por el que debería caminar? ¿Debería dedicarme a otra cosa? ¿Estaré tomando las decisiones correctas? ¿Vale la pena todo esto?, etc.
Estas preguntas son tan precisas como abrumadoras y la realidad es que no tienen una respuesta simple, por más que intentemos conseguirla. Al atravesar nuestros veintes nos exponemos a muchas cosas nuevas, tanto físicas como emocionales. Nos mudamos a lugares extraños, conocemos gente nueva, cambiamos de “look,” formamos y perdemos amistades, salimos a nuestros primeros jangueos, nos enamoramos, nos dejamos… la lista es infinita. Entre más experiencias nuevas tenemos más pueden cambiar nuestras perspectivas sobre cosas que creíamos ya haber decidido sobre cómo regir nuestra vida al llegar a la edad adulta. Quizás lo que querías estudiar cuando tenías 15 años ya no es lo mismo que quieres estudiar ahora que tienes 20. Quizás ese trabajo que deseabas tener cuando tenías 18 no se compara con el que añoras ahora que tienes 25. Recordemos por un momento, que prácticamente se nos obliga a decidir qué es lo que queremos hacer por el resto de nuestras vidas cuando todavía ni siquiera hemos empezado a vivirlas. Está perfectamente bien que cuestionemos qué es lo que realmente queremos hacer y que cambiemos de opinión de vez en cuando.
Estas crisis existenciales por las que todos pasamos inevitablemente pueden llegar a ser muy fuertes. Pero hay que intentar visualizarlas como unas simples piedras en el camino de la vida. El cambio es parte del crecimiento. Siempre se puede empezar de nuevo. Y sobre todo, por más difícil que parezca encontrarla, cada laberinto tiene su salida.