Her Campus Logo Her Campus Logo
This article is written by a student writer from the Her Campus at UPR chapter.
La mutilación 
por: Allison N. Martínez

 

Me cambié de ropa en la parte de atrás de mi carro para después salir a la placita con un militar que conocí en Tinder. Ya es la tercera vez que nos vemos y para mi sorpresa no nos hemos tirado todavía. El tipo está comiendo mierda, pero es bastante jevo y eso cancela su pendejería.

 “Si quieres, deja tu carro al frente de mi apartamento. Es mejor irnos en uno solo para allá” esa fue la excusa bastante clásica que envió por mensaje de texto.

Obligao’ hoy me lleva enrredá cuando regresemos del jangueo. Así que decidí ponerme los panties más putongos, porque yo sé que hoy es que se me da el polvo.

Cuando llegué a su calle, me estacioné y el chamaco me saludó con un besito en el cachete. Nos fuimos en su carro y hablamos mierda todo el camino.

La placita no estaba muy llena, era un jueves en la noche y hacía un calor cabrón. Ya me estaba dando sueño y apenas eran las 10 de la noche. En realidad, las conversaciones eran aburridas y ni las medallas nos estaban ayudando.

Le pedí que volviéramos a su apartamento, porque al otro día tenía que madrugar. Eran embustes, me quería ir pa’l carajo y no perder más tiempo con él.

Llegamos a su casa y él, muy caballeroso, me abrió la puerta del carro. Al menos eso fue lo que pensé hasta que su lengua casi me tocó los cordales. Fue un beso fatal. Por un momento pensé que iba a morir asfixiada.

“Tengo unas cervezas arriba, te puedes quedar un ratito más” me dijo.

Mentalmente me convencí de que el beso fue una mierda, porque era el primero. Así que me armé de valor y subí.

Tan pronto cerró la puerta, me llevó directo a la cama. Tenía una falda puesta y casi me la sube hasta la cabeza. Me comentó algo de mi ropa interior, pero no logré entender.

De pronto, me arrancó los panties y empezó a meterme los dedos como si estuviera buscando menudo en el piso del carro para llenar las gomas. Evidentemente, me estaba masacrando la vagina. De la manera más sútil, le agarré el brazo en señal de que parara de hacer semejante barbaridad.

Me miró confundido y metió su cabeza entre mis piernas. Sentí unos mordiscos violentos cerca de mi clítoris. Ahogué mi grito de dolor con una almohada y le pedí que parara la pendejá.

Recogí mis cosas y mi dignidad y me fui. Al otro día, me molestaba al caminar y tuve que ir a mi ginecóloga. Las dos nos reímos cuando le conté el porqué de mi vagina destrozada.