Les cuento, en una tarde común, en la que compartía con mi hermano como de costumbre, (viendo películas) se nos ocurrió irnos, hacer algo espontáneo. En ese intento de salir de la cotidianidad detuvimos la película (nos estábamos poniendo al día con Star Wars). ¡Arrancamos! ¿A dónde vamos? ¡Ufff! Vamos al árbol solitario, y lo más brutal, a ver el atardecer.
Les prometo lujo de detalles, documente casi todo y digo casi todo porque les cuento que el camino no fue cosa fácil, entre el fango, el no saber de dónde agarrarnos y haber dejado el agua, como que tirar fotos durante la odisea no se nos dio. Así que más bien capturamos todo el evento una vez arriba.
En un momento dado pensé: “aquí me rajo”, el camino cada vez se ponía peor y como les dije, la cosa más importante se nos quedó ¡agua!, me detuve, incluso le dije a mi hermano que continuara sin mí, que viera el atardecer y bajara que yo me quedaba descansando. Así fue, subió sin mi… pero como toda historia asombrosa (les juro que sí paso) en el camino bajaba un grupo, que me vio fatigada, con sed y casi moribunda, grupo que no me dio ni gota de agua, pero si aliento para continuar. Recuerdo que me decían ¡sube! ¡sube! estas más cerca de arriba que de virar abajo. Y me dije “Bueno, que rayos, ya pase todo este trabajo, subo porque subo, así ya sea de noche”. Tenían razón, ya estaba definitivamente más cerca de arriba que de abajo.
Cuando por fin subo me quede asombrada, no podía creer lo que mis ojos estaban viendo, montañas, muchas montañas y entre ellas, destellos de luz que caían según la puesta del sol. Sentía que estaba en el paraíso, se me olvido la sed, se me quitó la fatiga y entre tanto viento se me quitó el calor terrible que tenía tras la larga caminata. Les digo que mi memoria de aquel instante es demasiado grande, tan grande que las palabras se quedan cortas, es por eso que aquí les dejo las fotos, ellas serán mis palabras y ustedes testigos de lo que mis ojos vieron.